Testimonios. Un combatiente alemán en el monasterio.

¿Se vieron privados los alemanes de su puesto de observación a raíz del bombardeo de la abadía de Cassino? Independientemente de si lo habían ocupado antes o no, lo cierto es que posteriormente si se instalaron en las ruinas. El Paracaidista Robert Frettlöhr, de la 15.ª Compañía del 4.º Regimiento de la 1.ª División de paracaidistas, narra su experiencia de los combates posteriores al bombardeo.

Robert Frettlöhr, durante la guerra.

El 4.º Regimiento estaba en reserva cuando, en febrero, fue bombardeado el monasterio. Y luego, el 15 de marzo, le tocó el turno a Cassino: 775 bombarderos soltaron 1.376 toneladas de bombas; recuerdo haberlos visto pasar, oleada tras oleada. Había cientos. Era la primera vez que un bombardeo semejante caía sobre el frente.

El 1 de abril fui enviado al Rocca Janula [la colina del castillo], y allí estuve hasta que llegó la orden de replegarse. El diluvio de obuses fue un infierno hasta el último momento. Con veinte años es inútil analizar los sentimientos propios. Nos decían incesantemente que teníamos que combatir por nuestro país. ¡Ya ves! Combatíamos para sobrevivir. Cuando mataban a alguien nos decíamos “no he sido yo”. El que decía que no tenía miedo era un mentiroso, teníamos miedo, todo el tiempo.

La Rocca Janula, o colina del castillo, en la actualidad. Sin duda debe ser difícil subir arrastrándose hasta el monasterio, que aquí podemos ver tras su reconstrucción.

Un relámpago y mi pierna izquierda… no sé, debí recibir un golpe en la cabeza… me desmayé. Cuando recuperé la consciencia empecé a arrastrarme –si, a arrastrarme– hacia el monasterio. Conseguí llegar al puesto de socorro, en la parte romana, donde está enterrado San Benito. El médico me puso un apósito en la pierna y me dijo “tu, no vuelves”. Si hubiera habido una carretera y si hubiera tenido un bastón habría intentado irme, pero no había camino, solo rocas. Eran aproximadamente las diez de la mañana cuando los polacos entraron en el monasterio. El teniente Gurbiel entró con algunos hombres. No sé qué esperaban, a que alguien lanzara una granada, tal vez. Éramos diecisiete allí dentro, tres de nosotros heridos. Uno de los polacos que estaban con Gurbiel me habló en un alemán muy bueno; me acuerdo que me preguntó si había minas, y yo le contesté que no, que aquello era un puesto de socorro.

Hablamos, en alemán, de unas cosas y otras, y en torno a medio día los catorce [que no estaban heridos] fueron llevados al puesto de mando. A pesar de lo que se dijo, no hubo masacre. Luego llegaron todos aquellos reporteros… ¿Se imaginan ustedes la escena? Un soldado que ha combatido durante semanas, sucio, sin afeitar, lleno de piojos y, sobre todo, completamente agotado. No debíamos ser un espectáculo agradable.

Robert Frettlöhr, ya mayor, tuvo ocasión de defender a soldados polacos acusados de crímenes de guerra en Cassino. Falleció el pasado 4 de enero de 2014.

Luego nos llevaron a un puesto de socorro polaco, desde el que una ambulancia inglesa nos llevó a un gran hospital americano hecho de tiendas de campaña. Nos curaron, pero no sé qué sucedió con los otros heridos. Unos días después nos trasladaron a un campamento-hospital para prisioneros, en Aversa, cerca de Nápoles.

Para mí, la guerra había terminado.

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