Entre el 11 y el 12 de mayo de 1683 tuvo lugar, a las puertas de Viena, una batalla que supuso un gran triunfo para la cristiandad. Asediada por los otomanos desde hacía semanas, la ciudad, capital del Sacro Imperio, estaba a punto de sucumbir cuando llegó el ejército de rescate, dirigido por Jan Sobieski, rey de Polonia, Carlos de Lorena y el príncipe Georg Friedrich von Waldeck. La batalla fue muy dura, pero Kara Mustafá, el gran visir y comandante en jefe del ejército otomano, se negó a retirar tropas de las trincheras de asedio para enfrentarse a los recién llegados, y al final fue derrotado. Sin embargo, las cosas podrían haber sucedido de un modo muy distinto… remontémonos a unos días antes.
Estamos en Ober Hollabrunn, donde se han reunido los tres contingentes principales que formarán la fuerza de rescate: el ejército del rey de Polonia, el contingente de Franconia dirigido por Waldeck y las fuerzas imperiales bajo el mando de Carlos de Lorena. En una oscura posada de la localidad se hallan los tres personajes principales de esta historia, reunidos en torno a una mesa sobre la que yace un enjoyado bastón de mando. Todos lo miran: Carlos de Lorena con cierto interés, pues es en su territorio donde combaten, Waldeck con ambición sin esperanzas, y Jan Sobieski, el rey, simplemente para adelantarse y cogerlo, pues es a él a quien los acuerdos políticos previos han otorgado el mando de la fuerza conjunta.
Entonces empiezan las conversaciones para decidir cómo ejecutar la batalla. Hay tres rutas posibles, informa el rey polaco, la fácil, por el flanco izquierdo, siguiendo el Danubio; la difícil, por el flanco derecho, cruzando montes y florestas y con el flanco expuesto; y otra ni fácil ni difícil por el centro. Propongo, sigue hablando Sobieski, que mi ejército tome la ruta más difícil. Todos aplauden esta galante propuesta, pero el rey no ha terminado. También propongo que el príncipe Waldeck, con los contingentes de Franconia, Sajonia y Baviera, vaya por la izquierda; y que el duque Carlos y las fuerzas imperiales ocupen el centro.
¡Sire! Exclama entonces un general austríaco de bajo rango. Es inaceptable, para el duque de Lorena, ocupar el centro.
Lo cierto, es que siguiendo las reglas de guerra de la época, si la derecha era el lugar de honor, y la izquierda venía después, en el centro se colocaban las tropas menos fiables. En otras palabras, la propuesta de Sobieski era un insulto. Sin arredrarse, el rey mira al duque, que aún no ha dicho nada.
Como líder de las fuerzas imperiales, anuncia al fin, sería muy impropio, por mi parte, colocar en el centro a mis valientes soldados.
Se hace el silencio. Viena podría estar sentenciada antes incluso de que se enfrentaran los ejércitos, pues todos y cada uno de los contingentes son vitales. Pero entonces Sobieski se levanta, y dejando su lugar de honor en el extremo de la mesa, se acerca hasta el príncipe Waldeck y se inclina ante él, hasta el punto que su barriga, por lo demás bastante voluminosa, parece a punto de tocar el suelo.
Honorable príncipe, dice, he pasado por alto el honor de un gran guerrero. Carlos tiene perfecto derecho a reclamar el flanco izquierdo, por lo que le ruego que tenga a bien aceptar posicionarse en el centro…
Entonces calla un breve instante, pero antes de que Waldeck pudiera intervenir, Sobieski alza la voz de nuevo.
Y se lo pido porque, para los otomanos, tal y como he tenido la ocasión de aprender luchando contra ellos, el centro es el lugar de honor. Yo mismo, cuando lucho contra ellos, elijo siempre colocarme en el centro, para poder atacar personalmente a su comandante en jefe.
¿Qué hará Waldeck? Todo parece depender de él, y tal vez es consciente de ello, porque se pone a conversar en un aparte con sus oficiales antes de dar respuesta alguna.
Finalmente, contesta: será un honor enfrentarme a las tropas de élite de Kara Mustafá. Acepto su propuesta, y espero que los electores de Sajonia y Baviera (que aún no habían llegado) hagan otro tanto.
Entonces interviene Carlos de Lorena, sin duda aliviado, y deseoso de terminar con esta conversación, y que hasta entonces no había vuelto a intervenir, para informar de los electores aceptarían el plan, pues no se podía perder más tiempo en estas cuestiones.
Entonces Sobieski mira hacia el techo, como rezando a Dios, y a continuación empieza a hacer preguntas sobre la ubicación exacta y el despliegue de los otomanos para poder preparar la batalla… que, finalmente, parece que si tendrá lugar.