A lo largo de las semanas anteriores hemos ido relatando los acontecimientos más señalados de la batalla de Brandy Station, y ahora solo queda una cuestión por mencionar. ¿Cuál fue el resultado de esta batalla? Si tenemos en cuenta el informe de Stuart, un texto más memorable por lo que no dice: no admite que fue sorprendido y no habla de una gran victoria, que por lo que afirma: unas pocas banderas y cañones capturados, y algunos prisioneros; puede que el sur conservara el campo de batalla, pero es el único margen que puede convertir Brandy Station en una derrota de los federales, que aun así pudieron retirarse sin ser molestados.
Si nos fijamos, en cambio, en otros oficiales confederados, la verdad aflora, aunque con timidez: “nuestra caballería se vio sorprendida ayer”, afirmará el general Lafayette McLaws en una carta a su esposa; y Wade Hampton llegará a criticar a Stuart en su informe de la batalla.
En el lado federal también se clamó victoria. Pleasonton afirmó haber dañado seriamente la fuerza de Stuart, imposibilitándolo para desencadenar el raid que se creía que estaba preparando (en realidad todo el Ejército de Virginia del Norte estaba pasando a la ofensiva); y con el tiempo, en diversos informes y publicaciones, iba a hinchar más y más su actuación en batalla, afirmando que los confederados lo superaban tres a uno y que había visto como los oficiales enemigos disparaban a sus propios jinetes para obligarlos a luchar. Igualmente, informó de que había tomado el cuartel general de Stuart y “capturado” documentación importante, que nunca aparecería, y que solo la llegada de la infantería confederada le obligó a retirarse, una orden que había dado mucho antes de que esta se acercara siquiera al campo de batalla.
Sin embargo, el gran logro de la caballería federal no fue ninguna de las invenciones de Pleasonton, sino el simple hecho de haber plantado cara y de haber luchado con eficacia contra sus homólogos confederados convirtiendo la batalla de Brandy Station en un momento cardinal de la contienda, en el que pasaron de ser inferiores a poder dominar los campos de batalla del futuro.
Y eso no fue todo. Además de este logro, que se iría manifestando a largo plazo, los federales también causaron una baja que iba a darles grandes alegrías a corto plazo: el orgullo de JEB Stuart. Este, un adicto a la fama, había protagonizado, durante su primer año al mando de la caballería, acontecimientos extraordinarios como rodear por completo, dos veces, el ejército federal, humillándolo y destruyendo de paso sus líneas de comunicación y suministro. Por ello no es de extrañar que el “beau sabreur” se sintiera molesto por haber sido sorprendido, más aún al día siguiente de su gran revista, y si bien sus compañeros militares guardaron cierto discreto silencio sobre el acontecimiento, los periódicos del sur no tardaron en hacerse eco de la noticia, haciendo que se sintiera tan mortificado como un futbolista de moda que falla un penalti.
Y eso era, a su entender, precisamente lo que necesitaba entonces. Así, cuando en los días siguientes Lee lanzó su invasión del norte, que culminaría en la batalla de Gettysburg, Stuart aprovechó cierta ambigüedad y cierta confusión en sus órdenes para lanzarse de nuevo a rodear al ejército federal, sembrando el caos y la destrucción con las tres brigadas que lo acompañaban, cierto, pero también agotando a la caballería confederada y privando a su comandante en jefe de los ojos y oídos que necesitaba. Dicho esto. ¿Hubiera ganado Lee la batalla de Gettysburg de haber estado Stuart en su puesto? Sin duda no. Pero tal vez la habría evitado, o planteado de otro modo y, aunque no se puede culpar a Stuart por la derrota, ya que hubo muchas razones más, cierto es que su escapada en busca del orgullo perdido en Brandy Station tuvo una importancia nada desdeñable.