A primeros de 1944, Lituania estaba a punto de sentir todo el poder de la garra nazi. El país, que ya había tenido que sufrir la ocupación soviética y, durante unos meses, había agradecido la “liberación” traída por los alemanes desde sus victorias iniciales en la invasión de la Unión Soviética, había ido sufriendo, poco a poco, cada vez más la tiranía de sus auténticos amos.
Tras la negativa del embrión de Gobierno lituano a animar a sus ciudadanos a alistarse en las SS o a unirse a los alemanes en su lucha contra el bolchevismo, lo que tuvo como resultado que solo un 20% de los llamados a filas se presentaran a la campaña de reclutamiento lanzada en 1943, los alemanes reaccionaron arrestando a los principales intelectuales del país, para mandarlos al campo de concentración de Stutthof, cerca de Danzig.
Después, con el convencimiento de que los lituanos habrían aprendido la lección, los alemanes convencieron al general Kubiliuliumas para que lanzara un nuevo llamamiento a su pueblo. Con el mismo resultado negativo, por lo que Adrian von Renteln, el comisionado general alemán de quien ya hablamos anteriormente, abandonó definitivamente su intención de crear una Legión lituana y envió a todos los voluntarios que sí se habían presentado a trabajar a las fábricas alemanas. “Son un pueblo totalmente contrario a la guerra –afirmó el alemán– carente de disciplina, indolente, cobarde y lánguideciente”. Para los reclutas que sí habían querido colaborar, su nuevo destino fue una broma cruel, y todos los que pudieron escaparon a los bosques.
En febrero de 1944, con los soviéticos acercándose al país, los alemanes lo intentaron de nuevo, pero esta vez comprometiéndose a que los que se presentaran quedarían bajo el mando de oficiales lituanos y bajo la responsabilidad personal del ex general Povilas Plechavicius. Este y sus ayudantes esperaban, esta vez, reunir los efectivos de seis divisiones, pero los alemanes se conformaban con unos 15 000 hombres, el equivalente de diez batallones, que esperaban destinar al Heeresgruppe Nord para emplearlos en la construcción de fortificaciones y en otras tareas de retaguardia, liberando así a sus propios soldados para poder enviarlos al frente. Finalmente, si estos batallones resultaban eficaces, tal vez pudiera formarse una división con ellos. Otra opción, sin embargo, era concentrarlos en la región de Vilna para combatir a los partisanos polacos, interesados en conservar la ciudad para su propio país.
El resultado de esta leva fue sorprendente, pues se presentaron unos 30 000 hombres, el doble de los esperados por los alemanes. La pregunta que se plantearon los ocupantes entonces fue: ¿qué hacer con todos los que se habían presentado de más? La opción más obvia era emplearlos como auxiliares de la Luftwaffe, o en determinados servicios en el propio Reich, pero una vez más los lituanos se negaron. Con el Ejército Rojo a las puertas, no estaban dispuestos a enviar a tantos jóvenes a Alemania, y mucho menos estaban dispuestos a entrar en conflicto con los aliados occidentales.
Finalmente, los hombres fueron enviados a Vilna bajo el mando de Plechavicius, donde la mayoría se negaron a combatir y algunos incluso vendieron sus armas a los partisanos. El general fue arrestado y los batallones fueron desarmados. Una vez más, los hombres huyeron a los bosques. En mayo de 1944 esta situación se convirtió en guerra abierta. Alemanes y lituanos se combatieron unos a otros en torno a Mariampole y Kaunas, y la academia militar lituana fue disuelta. Los alemanes acabaron fusilando a un centenar de lituanos y se llevaron otros 3500 a Alemania. En total, a primeros de 1945 la cifra de lituanos sirviendo Alemania llegaría a un total de unos 36 800.
En la segunda mitad de 1944, el Ejército Rojo llegó a Lituania de nuevo. Unos 40 000 hombres participaron en actividades de guerrilla, y un total de unos 50 000 acabarían deportados o asesinados por la policía secreta de Stalin antes del final de la guerra. Para 1953 ya eran 260 000. El país no sería libre hasta 1990.