SAN PETERSBURGO, Oficina Central de Correos y Telégrafos. Todo está prácticamente listo cuando suena el teléfono. Sin duda lo coge un funcionario, que de inmediato se queda mirando al General Dobrorolsky, y le tiende el aparato.
Al otro lado está el mismísimo Jefe de Estado Mayor Yanushkevich, que le ordena que no transmita el ukase y espere nuevas instrucciones. ¿Qué sucede?
Hace apenas diez minutos al Zar le ha llegado un telegrama del Kaiser en el que su primo le indica que el gobierno alemán sigue esperando promover un entendimiento entre Viena y San Petersburgo. “Por supuesto, las medidas militares por parte de Rusia que pudieran ser vistas como una amenaza por Austria precipitarían una calamidad que ambos deseamos evitar, y pondrían en jaque mi posición como mediador, que acepté voluntariosamente por tu apelación a mi amistad y mi ayuda”. Tras leerlo, y alegando que “no seré responsable de una monstruosa carnicería”, el zar solicita la cancelación de la orden de movilización.
Así que pocos minutos después de y media se persona ante Dobrorolsky un mensajero para decirle que el Zar ha cambiado de opinión, y en vez de una movilización general debe promulgarse una parcial, según los principios acordados en los Consejos de Ministros del 24 y 25 de julio.
Pero esta orden, hay que inventarla antes de enviarla.
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