En el MAR DEL NORTE, a bordo del acorazado “La France”, el francés tiene prisa. Por eso ha ordenado al capitán del navío que se dirija a la costa francesa a toda velocidad, y al oficial de radiocomunicaciones que cancele la recepción prevista para su llegada a Dunkerque y ordene que tengan su tren listo para viajar directamente a parís.
Por lo demás, en ese momento las noticias son buenas. Los radiogramas recibidos indican que los británicos apoyan una actuación colectiva de las potencias para rebajar la tensión, lo que significa que para que los rusos se vean obligados a aplacarse tendrán que aplacarse también los austríacos; y desde París, las declaraciones del Ministro de Asuntos Exteriores en funciones Bienvenu-Martin al embajador alemán von Schoen han sido mucho más enérgicas de lo que el carácter del personaje hacía esperar (la influencia en este asunto del embajador Cambon, en París desde el 25, es más que probable). Le ha dicho que Francia no hará nada para contener a Rusia hasta que Alemania haga algo para contener a Austria-Hungría.
Es evidente que Poincaré quiere alzarse con una victoria diplomática a toda costa, y si no, la guerra. Horas más tarde, mientras viaja hacia París, el Presidente de la República habrá interiorizado que la más probable es la segunda de las opciones.
– ¿Es posible aún un acuerdo entre las grandes potencias? –le pregunta, en el tren, el Subsecretario de Asuntos Exteriores René Renoult.
– “No, no puede haber acuerdo, no puede haber arreglo”.
El único en Francia que habla hoy de una posibilidad de paz (y no necesariamente para bien) es Paul Cambon, Embajador francés en Londres, que a la sazón se halla en PARIS, quien afirma que solo la suma del poder naval y económico de los británicos podrá parar a Berlín, y que si se llega al convencimiento de que la Gran Bretaña va a permanecer neutral, “la posibilidad de preservar la paz se verá muy en peligro”.
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