Al final de la entrada anterior, habíamos dejado al río Amur dándose un garbeo hacia el norte, al menos su corriente principal, y a los soviéticos tratando de devolverlo a su cauce primero, y de asegurarse la posesión de la isla de Kanchatzu después. Los japoneses, por su parte, tras protestar enérgicamente, como Demi Moore en Algunos hombres buenos, habían hecho navegar una flotilla por el río, y tratado, sin éxito, de recuperar la isla mandando a unos pocos uniformados a bordo. Estamos a 22 de junio de 1937.
Aquel día, en Tokio no estaban nada contentos. Desde su punto de vista, y aunque se debiera a la casualidad de que el río Amur hubiera trasladado su cauce principal hacia el norte, los soviéticos habían invadido Manchukuo, nada menos. Por ello, el Estado Mayor General del Ejército japonés decidió enviar un mensaje claro al general al mando del Ejército de Kwantung, responsable de la región: “Si tropas soviéticas han ocupado ilegalmente un territorio que pertenece, claramente, a Manchukuo, creemos que la situación podría tener consecuencias importantes en nuestras futuras operaciones, y se le ordena que tome las medidas apropiadas para volver a la situación anterior”. No era difícil que alguien le quitara el condicional a la orden, sobre todo si el general al mando del Ejército de Kwantung era nada menos que Tojo Hideki, un halcón, quien en el futuro iba a liderar Japón entre 1941 y 1945.
Inmediatamente se envió a la zona al 49.º Regimiento de Infantería, perteneciente a la 1.ª División, la élite de la fuerza nipona en Manchuria y además una unidad que había sido exiliada de las islas por apoyar un golpe de Estado, con órdenes de expulsar a los soviéticos de la isla. A la vez, se iniciaron gestiones diplomáticas, pero eso, para los jefes militares sobre el terreno, era irrelevante. Sobre todo, si el Estado Mayor decidía echarse atrás.
El 28 de junio, una nueva reunión del máximo órgano del Ejército Imperial llegó a la conclusión de que “el problema que suponen unas islas tan remotas no justifica arriesgarse a empeñar la fuerza nacional a gran escala”, es decir. ¿Por qué arriesgar todo el ejército en un conflicto con los soviéticos por unas pocas islas insignificantes? En consecuencia, el día 30 se dio la orden de cancelar el contraataque del 49.º Regimiento, una decisión que no hizo ninguna gracia allá en Manchuria, donde los mandos se sintieron humillados y consideraron que habían perdido prestigio ante sus hombres.
Justo entonces intervino la fatalidad, una fatalidad triple, de hierro y con motor, tres pequeñas cañoneras soviéticas que, aquella tarde, decidieron navegar por el canal del sur, el que ya no era fronterizo ni estaba abierto a la navegación internacional, al menos según los japoneses, pero no desde el punto de vista soviético. Entonces, una batería de piezas de 37 mm se colocó en posición de tiro y abrió fuego, hundiendo una de las cañoneras, dañando otra de modo que tuvo que ir a embarrancar en un bajío y obligando a la tercera a iniciar una retirada tan prudente como humillante. Murieron 37 marineros soviéticos en aquel ataque, algunos ametrallados en el agua mientras nadaban hacia la orilla norte. Poca broma.
Entretanto, Shigemitsu, el embajador japonés en Moscú había estado reuniéndose con Litvinov, y este se había mostrado dispuesto a retirar sus tropas de la isla maldita siempre y cuando los japoneses no la ocuparan. Ya era un éxito que los soviéticos decidieran abandonar un territorio que consideraban suyo, que se multiplicó cuando mantuvieron su actitud razonable después de conocerse el hundimiento de las cañoneras –protesta mediante, claro–, y que se multiplicó de nuevo al firmarse el acuerdo y los soviéticos lo cumplieron y abandonaron la isla el 4 de julio. No insistiré en esta vía, salvo para decir que los japoneses acabarían sacándose un conejo del sombrero cuando ocuparon la isla, el día 6, incumpliendo sus compromisos, y los soviéticos no dijeron nada. Pero el oso ruso no olvida, y el conejo, bien pudiera ser que tuviera mixomatosis. Ya veremos más adelante.
Desde luego era un momento en el que las FAS soviéticas tenían unas capaciades impresionantes, al otro lado del mundo e incluso al otro lado de su propio pais, tenian un ejercito sobre las armas impresionante. Los japoneses lo aprendieron bien y prefirieron ir hacia el sur y mantener la paz con los sovieticos.