DUNKERQUE. Apenas amanece cuando los altos miembros el gobierno francés suben a bordo del gran buque que los llevará a San Petersburgo. Para Poincaré el viaje va a ser la ocasión de tranquilizarse un poco, tanto de alejarse de los ajetreos de París, donde está a punto de empezar el juicio de la Sr. Caillaux, esposa del ex-Primer Ministro Joseph Caillaux, acusada de haber asesinado de seis tiros a Gaston Calmette, editor de Le Figaro, y cuyo marido amenaza con “tirar de la manta” si la condenan; como de los de las cámaras, donde Georges Clemenceau, a la sazón en la oposición, está orquestando duros ataques al gobierno con el fin de lograr la reducción del presupuesto de defensa.
El viaje, que va a durar varios días, piensa en aprovecharlo preparando a Viviani, cuya ignorancia lo sorprende, para la misión que deben ejecutar en Rusia. Uno de los temas recurrentes de esta preparación va a ser la alianza franco-rusa de 1912 y sus convenciones militares; pero también pasan sobre la mesa el acercamiento ruso a Inglaterra en cuestiones navales, las relaciones franco-alemanas “nunca he tenido dificultades con Alemania porque siempre los he tratado con gran firmeza”, y el que será su axioma fundamental para solucionar el problema balcánico: “nuestra alianza es la base sobre la que nos sostenemos; es la llave indispensable de nuestra defensa militar; solo puede ser mantenida mediante la intransigencia frente a las demandas del bloque opuesto”.
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