BERLÍN. Gottlieb von Jagow, Secretario de Estado Alemán, informa a su embajador en Roma de la intención austríaca de presentar un ultimátum a Serbia. Este, a su vez, pasa la información a Antonino Paternò San Giuliano, Marqués di Castello y Ministro de Asuntos Exteriores de Italia. El gesto no debe llamarnos la atención, pues si bien la nación mediterránea acabaría entrando en guerra contra Alemania y Austria-Hungría, en ese momento los tres países eran aliados.
Este mismo día, en ROMA. El ministro italiano reenvía la información que le ha sido confiada a sus legaciones en Viena, San Petersburgo y Bucarest; y los austríacos, que habían conseguido descifrar el código diplomático italiano, descubren con horror que los alemanes han filtrado la información que Berchtold había decidido mantener en secreto. Peor aún, como conocen bien la habilidad de los descodificadores que trabajan en los servicios de inteligencia Rusa, consideran que sus enemigos también habrán obtenido la información telegrafiada por los italianos, y que, en consecuencia, parte del efecto sorpresa que pretendían probablemente se haya perdido.
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