La guerra que sacudió los Estados de Unidos de América entre 1861 y 1865 fue, en su mayor parte, una contienda terrestre. Batallas como Gettysburg, Shiloh o el asedio de Richmond, son bastante conocidas, y no me arriesgaré si supongo que, con toda seguridad, el lector ya ha pensado en varios encuentros más para alargar la lista. En cambio, si nos fijamos en el escenario naval, sin duda nos suena el duelo de acorazados de Hampton Roads, tal vez, algún lector más avezado pueda acordarse del corsario Ralph Semmes y su CSS Alabama; pero mucho más raro será quien se acuerde de la Isla n-º 10, o de la campaña del río Rojo, por no hablar de las múltiples operaciones anfibias desarrolladas por el Ejército y la Marina del norte. Y sin embargo, las operaciones navales no solo fueron una de las claves de la victoria de la Unión, sino que también fue en el mar donde estalló la contienda.
Fuerte Sumter, durante el bombardeo
Antes de bucear en los acontecimientos políticos que llevaron al bombardeo de Fuerte Sumter, es importante decir algo sobre la Marina estadounidense de la época. Para empezar, se trataba de una fuerza que no había entrado en combate desde la guerra contra los británicos de 1812. Había habido una guerra contra México, cierto es, entre 1846 y 1848, pero los Mexicanos no tenían fuerzas navales, y no debemos confundir operar con combatir. Además, a mediados del siglo XIX la tecnología naval se estaba desarrollando a toda velocidad: la propulsión a vapor, los buques acorazados y las nuevas piezas de artillería estaban relegando al olvido a los grandes buques de línea que, apenas cincuenta años antes, habían sido dueños y señores de los mares.