Eran las 8.53 horas del 26 de octubre de 1942 cuando, no lejos de las islas Santa Cruz, la flotilla aérea del capitán de Corbeta Murata Shigeharu avistó el portaaviones norteamericano USS Hornet, navegando con su escolta. Estaba más cerca el USS Enterprise, pero, oculto bajo una borrasca, los japoneses no podían verlo. A esa misma hora, a bordo del portaaviones avistado, los aparatos japoneses aún son visibles, pero saben que están allí. El crucero Northampton ha indicado con claridad la existencia de una señal “bastante grande”, y el teniente de navío Fleming, director de caza del portaaviones, envía de inmediato dos divisiones de cazas (de cuatro aparatos cada una) hacia el objetivo.
Maniobra tal vez acertada la del director de caza del Hornet, pero la responsabilidad de defender a la flota no es suya sino del capitán de fragata Griffin, su homólogo en el Enterprise, quien ya había enviado aviones hacia el enemigo, pero con instrucciones de no alejarse más de 24 km de la base y a una altitud de 3000 (recuérdese que era la altitud a la que se mantenían los Wildcat estadounidenses para no gastar oxígeno ni combustible en exceso). Cuando poco después, el teniente de navío Hessel, del Hornet, avistó 55 aviones japoneses, estos se hallaban a 5200 m. A más de 2000 m por encima de los norteamericanos, era casi como si se hallaran en la luna.