La granada, como tantos otros artilugios debe su nombre a la palabra española granada, por la similitud de esta fruta granulada con los primeros artefactos.
La utilización de granadas se remonta a fechas muy anteriores a la aparición en Europa de la pólvora. Ya en tiempos remotos se lanzaban con las manos frascos de barro cocido o de cristal llenos de cal viva o de material incendiario, utilizados generalmente en los asaltos o defensas de plazas fuertes. Desde la segunda mitad del siglo XV comenzaron a fabricarse también granadas de hierro fundido, que parecían pelotas de piezas menores de artillería con la singularidad de tener un agujerito por donde se insertaba la pólvora y se ajustaba la mecha.