Hace unos días vimos la narración de la asombrosa toma de Kirchberg por parte de las tropas de Spinola en el contexto de La Guerra del Palatinado. Hoy veremos como las tropas de la Unión Protestante regresaron para recuperarla superando al capitán Misiers en una proporción de 40 a 1 y como éste la defendió con uñas y dientes con su compañía borgoñona.
Se estaba pues con el ejército vigilante, a la mira de lo que quisiera intentar el enemigo después de la llegada de su socorro, y aunque ponía el Marqués toda la diligencia posible en procurar ser informado breve y puntualmente, siendo éste un aspecto del que dependen la mayoría de los buenos sucesos de un general, y consciente de tener hasta las piedras por enemigas, le hacía perseverar en esta cuestión de entre las demás dificultades que tiene el hacer la guerra en un país tan desviado de los propios.
Para cierta historiografía el navío de línea y su uso táctico configuró una doctrina naval desarrollada por los anglosajones y copiada por el resto de marinas secundarias en el siglo XVIII.
Este desarrollo viene propiciado por una innovación técnica como consecuencia de unos conocimientos científicos que dan lugar al desarrollo tecnológico de un armamento, al igual que el arco y la flecha revolucionó el combate a pie, el cañón varió el arte de la guerra naval; al menos su uso embarcado queda documentado desde el siglo XIV, y durante el siguiente fue un elemento más (si bien no el principal), para en el XVI pasar a ser elemento común y esencial del alistamiento de cualquier flota o armada (1).
La Virgen de la Inmaculada, patrona de los Tercios de Flandes e Italia sigue hoy día en su capilla del viejo Empel, donde obró su milagro y donde existe presencia de la infantería española.
La capilla se encuentra en la misma colina donde tuvo lugar el milagro de Empel, junto al río Mosa, donde supuestamente fue hallada mientras los españoles cavaban trincheras para defenderse de la flota holandesa que se disponía a cañonearlos a quemarropa después de haber roto los diques y haber inundado la campiña.
Ayer salió a la venta mi último libro (Ediciones Salamina), en el que abordan dos grandes hechos de armas de los Tercios Viejos de infantería española en el teatro mediterráneo. Concretamente el sitio de Castelnuovo (1539) y en el Gran Sitio de Malta (1565).
Las décadas centrales del siglo XVI constituyeron una de las épocas de máximo esplendor del Imperio Turco. Tras concluir victoriosamente la guerra con los persas y pacificar las fronteras orientales, el sultán otomano Solimán, llamado por los europeos el Magnífico, se revolvió contra occidente, plantándose en las puertas de Viena por el norte y asentándose en las plazas africanas de Berbería por el sur. Interponiéndose a ese avance inexorable por el Mediterráneo se encontraban Venecia, a ratos, los reinos españoles de Nápoles y Sicilia, y la isla de Malta de los caballeros de San Juan, verdaderas antemurallas, estos tres últimos, de los reinos de Europa occidental. Afortunadamente para la cristiandad, y en particular para las posesiones del emperador Carlos Quinto, en aquellas décadas fue tomando forma también el ejército cuyas bases sentara don Gonzalo Fernández de Córdoba, el Gran Capitán, que con el andar de los años y victorias como Bicoca o Pavía acabaría dando lugar en las ordenanzas de Génova de 1536 a los celebérrimos Tercios Viejos de infantería española, de fama legendaria, que impusieron su dominio en los campos de batalla durante más de 150 años.
Veamos hoy la forma singular y el ardid del que se valieron las tropas de Ambrosio Spinola al inicio de la Campaña del Palatinado para conquistar Kirchberg, una de las plazas del elector palatino.
(Composición de José Ferre Clauzel)
Nosotros nos hallábamos en Oppenheim, aguardando la llegada de nuestra gente [el socorro que venía de Flandes], habiéndose sujetado mientras tanto a la obediencia del ejército católico por conciertos tratados con el statthalter del Elector de Maguncia, la villa de Waldböckelheim con su castillo, los de Stromberg y Kastellaun, ambos con sus villetas, y las de Bad Sobernheim y Monzingen algo mayores, todas muy a propósito para alojar a la gente más esparcida y cómodamente durante el invierno, dominando por su medio la mayor parte del Hunsrück.
Pero por haber sido en forma más militar y ser la plaza de mayor importancia, supuso mayor reputación el haber ocupado Kirchberg, villa medianamente grande, situada en una eminencia que domina en extremo todos sus contornos, con una muralla de piedra muy fuerte y espesa, aunque sin terrapleno.
Y si bien carecía de traveses, no dejaban de ser a propósito para eso las torres de muy buena piedra de que estaba guarnecida a trechos. Está ceñida por un foso de agua no malo, y las dos únicas puertas que tiene están muy razonablemente guardadas y protegidas, en fin, es villa capaz de defenderse y en extremo a propósito para fortificarse extremadamente sin mucha costa.
Se habían puesto los ojos en ella con deseo de tomarla, pero ocupado el ejército en empresas mayores, como se ha visto, había quedado en suspenso por entonces aquella intención, considerada de menor importancia, hasta que en este tiempo, habiendo conferenciado con el Marqués la traza que para su ejecución parecía más a propósito, se decidió intentarla, enviando al capitán Baron a que le encargase la tarea a monsieur de Misiers, caballero de mucho valor y experiencia militar, que por entonces se encontraba en Bad Kreuznach, que la ejecutó de esta manera.
Salió de esta villa el tres de octubre (de 1620), a cosa de las cinco de la noche, con 150 infantes escogidos, la mayor parte de su compañía, 80 arcabuceros a caballo y una carreta llena de palas, hachas y todas las municiones [pertrechos y bastimentos] de guerra. Habiendo hecho salir a su gente a la deshilada [uno detrás de otro] para evitar sospechas y avisos, se encaminó con celeridad hacia Kirchberg, que está a una distancia de 7 horas de camino, evitando todo lo posible atravesar por lugares poblados, deteniendo a cuantos se topaba por el camino y habiendo preguntando a sus guías solamente cual sería el camino más diestro para dirigirse al río Mosela, por evitar todo lo posible decir el nombre de la villa.
Le sirvieron de mucho las hachas y palas para allanar los obstáculos que el enemigo había hecho en el camino. Llegado finalmente junto a la villa, tomó consigo 15 soldados de su compañía con arcabuces de rueda y cuatro o cinco con armas de asta [picas, alabardas, etc], con los cuales fue a reconocer la puerta y los sitios más adecuados para apostar a la gente.
Hecho lo cual y ordenado que a la señal de un pistoletazo acudiese la infantería y caballería que estaba más lejos, hizo que seis soldados de su compañía se pusieran los ropajes de los villanos que servían de guías, y tomando cada uno una espada corta y una pistola, del tamaño que podían esconderla cómodamente, les ordenó que cuando abriesen la puerta se llegasen a ella con disimulo, y sirviéndose de la lengua alemana, en la que eran muy pláticos, procurasen adueñarse del puente, tirando un pistoletazo, con lo cual al momento serían socorridos desde la posición más cercana, en que estaba dicho capitán.
Llegaron, pues, los primeros algo antes de haberse abierto la puerta y fueron preguntados por los centinelas si habían visto al enemigo, tomándolos por gente suya. Los soldados habiendo respondido que no, se pusieron a coger fruta de un jardinejo que había pegado a la puerta para con aquella excusa no tener que apartarse de ella. Poco después se abrió ésta, y habiendo salido seis mosqueteros a explorar, fueron derechos a dar con la emboscada de Misiers, donde con no poca dicha pudieron sin mucho ruido asirlos y detenerlos a todos, acudiendo los soldados disfrazados sin perder tiempo a la puerta y, apoderándose del puente levadizo, hacer la señal, con la que inmediatamente fueron socorridos desde todas las posiciones emboscadas.
Los que estaban de guardia en la puerta intentaron alguna defensa, tirando unos diez o doce mosquetazos, pero fueron rechazados con muerte de unos pocos sin más daño nuestro que matar a un soldado y herir a dos. Así las cosas, se retiraron a la última puerta y la cerraron; pero, sirviéndose los nuestros de las hachas y martillos que prudentemente se habían traído, fue derribada rápidamente y entraron a la villa. Los enemigos hicieron diligentemente escuadrón en la plaza, donde pensaron rehacerse al abrigo de cuatro piezas de artillería que había en ella; pero tras alguna poca defensa depusieron las armas, procurando salvarse confusamente.
Misiers, capitán borgoñón, con sus hombres no serían muy distintos de esta magnífica pintura del maestro Dalmau
Nuestra gente hizo escuadrón entonces para no malograr semejante victoria (como ha sucedido algunas veces al no hacerlo), diligencia muy necesaria en tales casos, dejando también guarnecida con un buen oficial la puerta por donde se había entrado y enviando a ocupar la otra. Entró tras esto la caballería, que tomó y corrió todas las calles para quitar al enemigo toda esperanza de recuperarse. Llegaba la guarnición al número de doscientos hombres sin contar los burgueses, dando de inmediato cuenta de todo al marqués Spinola, en cuya estima tuvo el lugar merecido en este suceso el valor y buena suerte del dicho Misiers. […]
Y no acaba aquí todo. En una próxima entrada veremos como el capitán Misiers logró conservar la ciudad frente a una fuerza protestante muy superior.
FICHA DEL LIBRO: Colección Historia de los conflictos 14,8×21 cm. Nº de páginas: 410 págs. Incluye 27 páginas con mapas y croquis de batallas a todo color Lengua: CASTELLANO Encuadernación: Tapa blanda ISBN: 9788494288418 Año edicón: 2014
Como comentábamos en el artículo anterior [1], una de las opiniones “negras” que más pesan sobre la historia naval española y muy seguida por diversos divulgadores hispanos, es la superioridad armamentística de la flota inglesa sobre la armada española, esa cantidad ingente de cañones pesados y de largo alcance, supuestamente pulverizó a las naos y galeones hispanos. ¡Cómo era de esperar la incapacidad española y su atraso intelectual cortapisaban cualquier innovación en este sentido!
Todo esto nace a raíz de dos trabajos elaborados en distintas épocas por la historiografía inglesa. El primero el confeccionado por el profesor Lewis, y el segundo, posterior, del historiador Thompson [2]; de aquí parte la idea que la gran masa de artillería pesada por la inexistente española llevó a la “derrota” en Gravelinas el 8 de agosto de 1588. Pero la tesis de este último puede tener una distinta interpretación según cómo se realice su lectura. Y a ello nos disponemos.
Abundando en este tema y con la sana intención de manifestar sobre algunos hechos y estados de opinión comentados en el programa de HistoCast 32, aporto estas líneas de comentarios.
Comparto la opinión (vertida por todos los ponentes) de la tergiversación histórica que la historiografía anglosajona ha conseguido encajar, no solo en el público sino en muchos historiadores hispanos. Si bien sería deseable matizar algunos aspectos que no quedaron claros. Se comentaron algunas cuestiones, de orden menor, no con mucho acierto; por ejemplo, la Nuestra Señora del Rosario –la nao de Pedro de Valdés– no se abandonó a consecuencia de los daños sufridos en la escaramuza del 31 de julio, sino que una vez terminada esta, en una maniobra no muy acertada de su capitán, colisionó con la nao Santa Catalina, pues la primera apenas si participó en el suceso.
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