La historiografía española ha señalado la batalla de Lepanto (1571) como el punto de inflexión del dominio cristiano en el Mediterráneo, pero si tenemos que ser justos, Lepanto no supuso el fin de las hostilidades entre cristianos y musulmanes por el dominio del Mare Nostrum.
Un año después de la derrota, el sultán Selim II volvía a disponer de una gran armada –de tamaño incluso superior a la que participó en Lepanto– con la que seguir sus expediciones por mar, pero esta vez, se centró en la mitad oriental del Mediterráneo y en expandir su imperio por las tierras balcánicas.