Dedicamos la entrada anterior de esta serie a dar un corto repaso de cuál iba a ser, según los planificadores y estrategas del almirantazgo, la forma de operar de la flota británica en caso de guerra; fundamentalmente, que la línea de batalla propia entre en contacto con la del enemigo y se produzca el siempre tan esperado como temido combate de acorazados. También es interesante recordar que, llegados a este punto, si bien la idea de base no había evolucionado con respecto a la Primera Guerra Mundial, los acorazados, propiamente dichos, sí. En 1939 eran mucho más poderosos que en 1918.
La flota británica del Pacífico en 1945, con los portaaviones plenamente integrados.
Dentro de esta forma de combate se había introducido, además, la fuerza aeronaval. Aunque algunos hablaban de batalla “poco ortodoxa”, se consideraba necesario que uno o varios portaaviones acompañaran a las flotas. ¿Con qué propósito?