Los dos primeros días de abril de 1942 fueron, en el océano índico, un baile inútil en el que la Eastern Fleet británica, comandada por el almirante Sommerville, trató de maniobrar en torno a una flota japonesa cuyas intenciones se conocían, pero nada más. Faltaban datos cruciales: ubicación, rumbo y fechas.
Ya explicamos en una entrada anterior lo que estaba en juego en el índico: nada menos que un nudo logístico y de comunicaciones de singular importancia entre los aliados occidentales y el frente africano y el soviético; ya adelantamos que una eventual ocupación japonesa de Ceilán hubiera puesto en jaque una parte importante del esfuerzo de guerra, no contra el Japón, pues este aún no existía, sino contra la Alemania nazi. Sin embargo, los japoneses no querían Ceilán, sino tan solo destruir la poderosa (sobre el papel) flota británica ubicada en torno a la isla, cuya mera presencia fue la que los atrajo hacia el oeste.