Aquella mañana, dos flotas poderosas se hacían frente no lejos del puerto de Sadras, la francesa, comandada por el bailío de Suffren, con 12 navíos, desplegaba un total aproximado de 776 cañones, mientras que la inglesa, comandada por el contralmirante Hughes, solo tiene 9 navíos, que suman un total de 592 cañones (sin incluir las carronadas). La iniciativa la tienen los franceses, que tienen el viento a favor, pero el comandante en jefe de la flota inglesa espera que, como suele suceder en esa época del año, el viento role en algún momento del día, con lo cual se limita a cerrar su formación y maniobrar tratando de retrasar el inicio del combate.
Es una iniciativa acertada, porque en torno a las 15:00, un violento chaparrón desorganiza la flota francesa mientras se dirigía hacia su enemigo y los barcos pierden sus posiciones. El plan de Suffren había sido atacar la mitad posterior de la línea inglesa, organizando su flota en dos filas, una de las cuales debía cruzar la popa de la formación británica para atacarla desde el sur mientras la otra se ponía en paralelo por el norte, atrapándola juntas entre dos fuegos. Sin embargo, ya sea porque el comandante en jefe francés no ha sido capaz de explicar bien sus planes, ya sea debido a la desorganización provocada por el clima, va a ser el azar quien decida la formación francesa, y no el plan de batalla previsto.