La primera batalla del siglo XX, librada por las marinas rusa y japonesa, supuso un desastre total para la primera de ellas, aunque las causas había que buscarlas, más que en los marinos rusos en la alta política y en la ineptitud estratégica.
Cuando finalizó la guerra entre Japón y China en 1895, Japón, un poder insular con tradición marinera, puso los pies en territorio continental y se quedó con la península de Corea, la península de Liao-Tung y otros dominios más pequeños. Cuando se dieron a conocer los términos del tratado de paz, el vecino del norte, Rusia, protestó por la cesión de Puerto Arturo, argumentando que su ocupación permanente por una potencia extranjera sería una amenaza para el gobierno de Pekín.