Son las 22.00 horas del 30 de junio de 1942, la luna, casi llena, se alza sobre el mar del Sur de China, por donde navega el submarino estadounidense USS Sturgeon (SS-187), más o menos a la altura del cabo Bojeador, en Filipinas, cuyo faro permanece apagado, pues la guerra ruge por todo el pacífico. A bordo, la tripulación está tensa, pues hasta ahora no se han apuntado ningún éxito comprobado. Bien cierto es que cinco días antes el navío había disparado tres torpedos contra un mercante japonés que navegaba en convoy cerca de Manila, pero el inmediato ataque de un destructor los había obligado a sumergirse para sobrevivir a un chaparrón de cargas de profundidad, y si bien habían escuchado la explosión de un torpedo, no podían certificar que este hubiera hecho blanco y hundido el objetivo.
Tras 16 minutos escrutando un mar aparentemente vacío desde la torre, los vigías detectan una silueta, parece un carguero de considerable tamaño, abandonando el canal de Babuyán y dirigiéndose hacia el oeste a toda velocidad, con sus luces apagadas. Inmediatamente, el comandante ordena acelerar el andar para dar caza al enemigo, pues en aquellas aguas y navegando en solitario, solo puede tratarse de un buque nipón.