El nacimiento del portaaviones (VIII): la misión del portaaviones

Dedicamos la entrada anterior de esta serie a dar un corto repaso de cuál iba a ser, según los planificadores y estrategas del almirantazgo, la forma de operar de la flota británica en caso de guerra; fundamentalmente, que la línea de batalla propia entre en contacto con la del enemigo y se produzca el siempre tan esperado como temido combate de acorazados. También es interesante recordar que, llegados a este punto, si bien la idea de base no había evolucionado con respecto a la Primera Guerra Mundial, los acorazados, propiamente dichos, sí. En 1939 eran mucho más poderosos que en 1918.

File:British aircraft carriers at anchor c1945.jpg

La flota británica del Pacífico en 1945, con los portaaviones plenamente integrados.

 

Dentro de esta forma de combate se había introducido, además, la fuerza aeronaval. Aunque algunos hablaban de batalla “poco ortodoxa”, se consideraba necesario que uno o varios portaaviones acompañaran a las flotas. ¿Con qué propósito?

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El nacimiento del portaaviones (VII): la misión de la flota de combate

Habiendo evitado, en los últimos días, ver películas históricas que comentar, hoy si toca volver a los portaaviones. En las entradas que hemos ido publicando de esta serie, dedicada al desarrollo del arma aeronaval durante el periodo de entreguerras, sobre todo desde el punto de vista británico y en comparación con los Estados Unidos y Japón, nos hemos fijado en cuestiones como las necesidades estratégicas de unos y otros o en cuestiones organizativas, que tuvieron mucho que ver con la existencia de una fuerza aérea independiente en los diferentes países que desarrollaron un arma aérea para la Marina. Así, toca por fin entrar en harina y desarrollar el concepto de guerra naval que aplicaron estos países, y el lugar del portaaviones en ella. Empezaremos por el caso británico.

HMS Furious. En esta foto se aprecia perfectamente que se trataba de la conversión de un buque de guerra

 

Un documento del Almirantazgo redactado en 1918 establecía que la victoria final de los aliados se había debido, en gran medida, a la seguridad de las comunicaciones marítimas, que había sido garantizada por la Grand Fleet británica. “La Marina de guerra y la mercante habían sido el hasta de la lanza cuya punta fueron los ejércitos aliados […]. La seguridad de las comunicaciones marítimas ha sido la piedra angular del esfuerzo aliado, no solo para las campañas militares, sino también para el suministro y el sostenimiento de las industrias y poblaciones aliadas […]. Contrariamente, el cierre de las vías marítimas de nuestros enemigos entorpeció seriamente su esfuerzo militar y provocó una lenta desintegración de su capacidad de resistencia”. En su conjunto, se trataba de un documento de inspiración puramente mahaniana, en la que la acción de una gran flota en busca del enemigo resultaba crucial. Jutlandia, una gran batalla a cañonazos, aunque tal vez con más buques hundidos, era el modelo a seguir.

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El nacimiento del portaaviones (VI): la organización en EEUU y Japón

Ni las fuerzas aeronavales estadounidenses, ni las japonesas, tuvieron que enfrentarse a los problemas organizativos con los que tuvo que lidiar la Royal Navy: su propia idiosincrasia fundamentalmente naval y la existencia de la RAF, a los que nos referimos en la entrada anterior. Es más, en el caso de la existencia de un arma aérea independiente, los marinos de ambos países fueron claramente conscientes de la ventaja que les proporcionaba su inexistencia, y lucharon por que las cosas siguieran siendo así.

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El portaaviones estadounidense Enterprise (CV6)

Así, la Marina estadounidense creó el Bureau of Aeronautics, una poderosa organización administrativa. En palabras del contralmirante Bradley A. Fiske: “Si no obtenemos esta oficina en la próxima sesión, entonces el general Mitchell [N. del T.: de la aviación del ejército] y toda una horda de políticos obtendrán un ‘ministerio del Aire’, y la Marina estadounidense se encontrará tirada en la calle con la procesión marchándole por encima… Si se establece el ministerio del Aire, la Marina quedará al nivel de las instituciones medievales en unos diez años”. Sin duda parecen planteamientos un tanto exagerados, pero nos dan una idea muy clara de cuál era la mentalidad imperante. Lo fundamental era que la Marina pudiera atender a sus propias necesidades en lo que a aviones se refería.

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El nacimiento del portaaviones (V): las cuestiones organizativas.

Aunque la aparición bajo los focos, de forma más o menos periódica, de un innovador, lleve a pensar que el desarrollo de un arma o de una tecnología nuevas es fruto del pensamiento individual de uno solo, la realidad, tanto en el caso del portaaviones como en otros muchos, es que los grandes avances suelen ser fruto del trabajo en grupo de diversos entusiastas, como sucedió, por ejemplo, con el Landship Committee, de corta vida, en el caso del carro de combate.  Estos grupos de especialistas, cuya función hubiera sido explorar nuevas ideas, desarrollarlas, probarlas y expandirlas por toda la Marina, en el caso británico no existieron, fundamentalmente por dos motivos.

Sir Murray Sueter, que llegó a ser contralmirante y miembro del parlamento, fue uno de los impulsores de la aeronaval y por algunas de sus obras de entreguerras, muy críticas, fue considerado prácticamente un traidor por la Royal Navy. Que fuera mienbro de la Anglo-German Fellowship y viajara a la concentración nazi de Núremberg en 1936 no ayudó. 

El primero tuvo que ver con la propia idiosincrasia de la Royal Navy. Esta siempre había desconfiado de los ejércitos privados, de los ejércitos dentro de otros ejércitos, y la independencia adquirida por la Fleet Air Arm durante la primera guerra mundial llevó a su rápida disolución al acabar la contienda. La idea no era, en absoluto, acabar con el arma aérea, sino integrar plenamente a su personal dentro de la flota. Es decir, que esta, en vez de tener su propia organización, administración, reclutamiento, etc., dependería enteramente de los servicios de la flota, con la que debía ser un solo cuerpo, independientemente de las diferencias entre el servicio aéreo y el puramente naval.

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El nacimiento del portaaviones (IV): Estrategia. El caso norteamericano y japonés.


Si en la entrada anterior nos referimos a la influencia de los condicionantes estratégicos y adaptativos a los que tuvo que enfrentarse el Reino Unido a la hora de desarrollar sus portaaviones, circunstancias que podemos resumir en la multiplicidad de amenazas por un lado, la escasez de fondos con los que enfrentarse a ellas por otro y, finalmente, la poca predisposición a experimentar para solucionar cuestiones fundamentales del diseño de estos buques; en esta ocasión nos fijaremos brevemente en las otras dos grandes potencias que desarrollaron estos buques: Estados Unidos y Japón.

USS Langley (CV1), el primer portaaviones estadounidense

Desde el principio, ambas naciones dedicaron un presupuesto mayor, proporcionalmente, al desarrollo de la aviación naval, y esto fue por un motivo muy simple: ninguno de los dos tuvo la necesidad de desarrollar un arma aérea independiente porque ninguno vio amenazado su territorio por una potencia rival. Así, mientras que en el Reino Unido la RAF compitió con el arma aérea de la flota, en Estados Unidos y en Japón no sucedió tal cosa con las respectivas aviaciones del ejército de tierra.

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El nacimiento del portaaviones (III): Consideraciones estratégicas y adaptativas

Después de haber expuesto, someramente, el crecimiento del arma de portaaviones británica durante la primera guerra mundial, y las razones del mismo, vamos a centrarnos ahora en el desarrollo de estos buques y de las teorías sobre su utilización durante el apasionante periodo de entreguerras. Lo haremos tomando como guía el caso británico, ya que fueron los primeros en aprestar navíos de esta clase, aunque luego perdieran la primacía en favor de los Estados Unidos y el Japón, los otros dos modelos en los que, por comparación, nos fijaremos.

El portaaviones Ark Royal

Desde el punto de vista estratégico y de la adaptación, empezaremos por decir que cuando terminó la Primera Guerra Mundial la Royal Navy estaba “lanzada”, y algunos de sus miembros, como el almirante sir Charles Madden, comandante en jefe de la Flota del Atlántico y luego primer lord del mar, solicitaron la construcción de no menos de doce portaaviones. Una petición, sin embargo, que se fue moderando a lo largo de los años, de modo que en 1939 solo tenían cuatro portaaviones de primera línea y tres obsoletos (contra una previsión de una flotilla de siete buques modernos y varios más, con menor capacidad, de escolta, para defender las rutas comerciales).

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El nacimiento del portaaviones (II)

Explicábamos en la entrada anterior de esta serie como, durante la Primera Guerra Mundial, la Royal Navy decidió aceptar y desarrollar los primeros portaaviones a pesar de que, cuando se propuso la idea, por primera vez, en los años previos a la contienda, no había tenido demasiado éxito. En esta entrada expondremos, de modo resumido, los motivos por los que, una vez empezada la guerra, tuvo éxito esta nueva arma naval.

The craft, loaded with a biplane, being towed behind another boat ahead of a launch

Despegar desde una lancha motora, una idea que no funcionó.

En primer lugar, el inicio de la guerra supuso un incremento de recursos. Si antes de la guerra el dinero disponible había sido empleado, fundamentalmente, para construir y modernizar los buques de la línea de batalla, según empezó a actuar la aviación naval los tácticos comprendieron que la nueva arma iba a hacerse un hueco en los combates antes del fin de la contienda y, consecuentemente, empezaron a destinar fondos a su desarrollo.

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