Enfrentado a la secesión de una parte importante del país, la primera preocupación del gobierno de Abraham Lincoln fue cómo solucionar el problema de reintegrar el sur a la Unión, y no su conquista. Para ello contaba con una de las más preclaras mentes militares del continente americano: el General Winfield Scott. Este no tardó en diseñar el que sería llamado Plan Anaconda, una idea que buscaba derrotar al sur por medio de la asfixia económica y no por medio de sangrientas batallas campales donde, junto a la seguridad de la muerte de toda una generación de jóvenes, se arriesgaban a perder el capital político que mantenía unidos a los estados del norte en la tarea de reunificar el país. Este plan se basaba, en primer lugar, en un bloqueo naval que cerrara los puertos confederados al resto el mundo; y en segundo lugar en el control de los grandes ríos navegables al oeste de la cordillera de los Apalaches. Cauces como el Tennessee, el Cumberland, o el Mississippi-Missouri, que permitirían a los ejércitos de la unión parcelar la confederación y acceder casi a todas partes utilizando vías de comunicación seguras y controladas. En resumen, al igual que una anaconda asfixia a sus víctimas, el norte tendría que asfixiar al sur hasta que este entrara en razón. Esta idea sólo tenía una pega: hablaba de lo que nadie quería oír, de una guerra larga.