Habíamos dejado a Vassili Subbotin caminando detrás de su guía del Komsomol por la orilla, difícil, de un canal, allá abajo en el Oderbruch, la llanura pantanosa que se extendía entre el río Óder y los altos de Seelow. Si uno trata de imaginarse el vagabundeo de aquellos dos hombres en un territorio que, según escribe el periodista, parece deshabitado, no puede evitar acordarse de la película 1917, en la que asistimos a una odisea similar. Sin embargo, no muy lejos de la senda que recorren nuestros dos protagonistas se está librando una de las batallas más encarnizadas de la Segunda Guerra Mundial: el asalto a Berlín, la pugna por terminarla.
“De repente, nos encontramos ante una barrera de alambre de espino que salía del agua y se extendía por la orilla. Teníamos que atravesarla quisiéramos o no. Encontramos un agujero en la barrera lo suficientemente grande como para que pudiera pasar un hombre. Los alambres de espino se balanceaban peligrosamente a merced del viento. Cerca del agujero había un soldado muerto, uno de los nuestros. Lo reconocimos por su guerrera acolchada”.