A primera hora de la mañana del 19 de agosto los Dakota empezaron a concentrarse cerca de Fort Ridgely, Minnesota. La posición, que no era más que un grupo de edificios sin empalizada que los protegiera, comandada por un inexperto teniente, Thomas Gere, de diecinueve años y con una guarnición reducida, en ese momento, a unos veintidós hombres aptos para el combate, tenía, no obstante, una ventaja. Artillería. Cuando las tropas regulares que guarnecían el lugar marcharon al este el año anterior, se dejaron las piezas que tenían asignadas: dos obuses de montaña de doce libras, un obús de veinticuatro libras y un cañón de seis libras. Con ellas se quedó un sargento llamado John Jones, del departamento de artillería, que, dadas las circunstancias, adiestró a algunos de los hombres para manejar las piezas más ligeras. Mientras estas eran situadas en tres de las cuatro esquinas del conjunto, el obús de veinticuatro, demasiado pesado, quedó relegado en su rincón.
A caballo, a pie o en carretas, animados por su victoria en el ferry de Redwood, los indios empezaron a posicionarse al oeste del puesto. Con ellos venía Pequeño Cuervo, y también otros jefes importantes. Como era tradición, en aquel momento y a plena vista de los defensores del fuerte, los indios organizaron un consejo. El objeto era decidir si, como proponían los más ancianos, había que asaltar el fuerte de inmediato por su importancia estratégica; o si, como proponían los jóvenes guerreros, era mejor concentrarse en eliminar a los colonos y dejar el puesto para más adelante.