28 de julio de 1943. Mussolini ha sido depuesto. El rey Víctor Manuel III ha asumido el mando supremo del Ejército italiano y el mariscal Pietro Badoglio ha asumido el gobierno militar del país con plenos poderes. Durante la tarde del 25 de julio los ciudadanos italianos se habían echado a la calle a festejar la caída del fascismo, pero ¿había sido así? En realidad no. Italia seguía en guerra, todos los días morían hombres en Sicilia, y los alemanes seguían instalados en el país. ¿Era prudente pensar que el mero arresto de Benito Mussolini podía cambiar el duro día a día de los italianos? No.
Y Badoglio, que tenía que asomarse a las necesidades de la guerra y las presiones de los alemanes, como un funambulista en la cuerda floja, mientras trataba de sacar a su país de la guerra, tuvo que recordárselo. Esta es la orden, llena de sobreentendidos, que emitió aquel día el general Roatta, jefe del Estado Mayor del Ejército:
“Por orden del mando supremo comunico y dispongo lo siguiente: