La Guerra Dakota de 1862 (VII). Emboscada en Redwood Ferry.

Aquel 18 de agosto de 1862, Fort Ridgely no tenía nada que ver con la idea que más comúnmente tenemos de un fuerte de la frontera. Por un lado, ni siquiera era un “fuerte”, sino un mero conjunto de edificios sin empalizada alguna que los protegiera; y por otro, su “guarnición” ascendía a tan solo dos oficiales y setenta y seis suboficiales y tropa de la Compañía B del 5.º de Infantería de Minnesota. De los dos oficiales, uno, el capitán John S. Marsh, tenía experiencia de combate pues había luchado en la primera batalla del Bull Run, pero aquello no tenía nada que ver con una guerra india en la que las tácticas más comunes serían las escaramuzas y las emboscadas; y el segundo, el teniente Thomas P. Gere, era un joven de diecinueve años sin experiencia alguna.

Un sargento del 5.º de Infantería de Minnesota

Por suerte, los defensores de Fort Ridgely tenía una baza a mano, un destacamento de cincuenta hombres de la Compañía C de su mismo regimiento que, bajo el mando del teniente Timothy J. Sheean, había partido el día anterior con destino a Fort Ripley, y lo primero que hizo Marsh, muy acertadamente, fue enviarle un correo para que volviera a toda prisa. Sin embargo, a continuación decidió jugar con los tiempos. Con la seguridad de que la columna que había partido el día antes llegaría a tiempo para enfrentarse a cualquier amenaza, Marsh decidió dirigirse hacia la zona de conflicto con cuarenta y seis hombres, dejando el fuerte en manos del joven Gere con los efectivos restantes. Se abría así una ventana de tiempo en la que Fort Ridgely quedaba prácticamente desguarnecido.

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La Guerra Dakota de 1862 (V). Las semillas de la violencia.

Como narramos en la entrada anterior, los Dakotas habían firmado dos tratados con los Estados Unidos, uno en 1837 y otro en 1851, ambos fallidos. Por la parte de los estadounidenses, por una mezcla de avidez, negligencia y desinterés, que nadie piense que los colonos que se instalarían posteriormente en las tierras “compradas” a los indios lo hicieron con la intención, o el conocimiento, de usurpar algo que no les pertenecía. Por otro lado, tal vez sería injusto considerar a los expoliados como criaturas inocentes e incapaces de malicia. Sin duda sus jefes tendrían sus propias ambiciones. Y tampoco hay que olvidar que al dejar de ser nómadas y sedentarizarse, el cambio cultural que se les pedía era enorme.  

Delegación Dakota para la firma de un tratado. Posiblemente en Washington en 1858.

Como dijimos en su momento, la situación aún iba a empeorar. Cuando el tratado de 1851 llegó al Senado estadounidense, este inició un larguísimo proceso de ratificación que acabó con la eliminación de la cláusula que permitía que los indios mantuvieran una reserva en Minnesota. Según el cuerpo legislativo, habían vendido sus tierras y debían abandonarlas. Además, la tardanza tuvo dos consecuencias inmediatas. Para los colonos que empezaban a concentrarse al este del Mississippi, sin recursos ni trabajo, a la espera de que se abriera el acceso a las nuevas tierras, ponerse en marcha era una cuestión vital. O se instalaban en de una vez al oeste del Mississippi o sus ahorros desaparecerían y no tendrían cómo sobrevivir. Así que muchos cruzaron sin esperar más instrucciones, internándose en Minnesota. Para los indios, que esperaban la ratificación del tratado para empezar a cobrar lo que se les debía, y que vieron como los colonos invadían sus tierras y se instalaban en ellas sin haber recibido nada, debió de ser ultrajante.  

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