Arabia siempre ha sido una tierra de inmensidades desiertas, de leyendas y de espejismos, y también madre de un pueblo, los árabes, que crearon un imperio y una religión nuevos que cambiaron la historia del mundo. Sin embargo, el país acabó cayendo bajo el dominio de los turcos otomanos hasta que, en su esfuerzo por independizarse, los árabes prendieron la chispa de una rebelión que regalaría a occidente su propio espejismo: Lawrence de Arabia.
Dilucidar qué sucedió en los desiertos pétreos del Hedjaz durante 1916 y 1917, y luego más al norte, en las tierras baldías de Siria, no es difícil. En los años convulsos de la Primera Guerra Mundial, la rebelión árabe atrajo el interés de ambos beligerantes, turcos y británicos, que mientras luchaban entre si empeñaron sus medios estratégicos para liquidar o fomentar la lucha de las tribus, y casi cada acontecimiento quedó anotado en los informes de unos y otros. Sin embargo, en medio de encarnizada guerra de guerrillas hubo militares que decidieron actuar por su propia cuenta. Fajri Pachá, el comandante turco de Medina, que no se rendiría hasta dos meses después de terminar la guerra, fue sin duda uno de ellos, su actuación parece estar clara; otro fue Thomas Edward Lawrence, y en este caso la historia y el espejismo parecen mezclarse sin rubor.