De forma general, las sesiones solían efectuarse utilizando los medios que ya hemos comentado: reproducciones del terreno y de las unidades, complejas reglas que permitieran simular los combates y sus resultados o, en su defecto, la presencia de uno o varios árbitros que eran quienes decidían qué sucedía en virtud de las decisiones tomadas por los mandos sobre el terreno. Cada uno de los dos sistemas tenía sus ventajas: el sistema de árbitros dejaba en manos de estos el resultado de las operaciones simuladas, de modo que si las arriesgadas teorías de los oficiales participantes coincidía con los puntos de vistas promovidos por los árbitros, solían triunfar, en caso contrario no era así, y en ambos casos se suscitaban acaloradas discusiones que siempre resultaban positivas. Esta subjetividad quedaba anulada cuando se aplicaban reglas determinadas, pero en este caso la ejecución de la simulación se volvía mucho más complicada, a veces tanto como las verdaderas operaciones militares.
Durante las dos guerras mundiales cada país tuvo sus propias experiencias con estas simulaciones.
Probablemente, donde más se empleó esta técnica fue en Alemania, empezando ya desde antes de la guerra de 1914. Es llamativo indicar que tanto el Plan Schlieffen como la ofensiva de Tannemberg habían sido intensamente practicados antes de ser ejecutados, siempre con resultado positivo, y es curioso indicar que la ofensiva de Tannemberg salió exactamente según el plan, y fue una resonante victoria, mientras que sustantivas modificaciones de última hora del Plan Schlieffen provocaron su fracaso.
Durante el periodo de entreguerras, siempre en Alemania, se introdujeron aspectos políticos en estas simulaciones, y el mismísimo von Manstein propuso, en 1929, un escenario en el que era Polonia la que invadía Alemania. Miembros del Ministerio de Asuntos Exteriores fueron invitados para hacer el papel de la Sociedad de Naciones y de los dirigentes políticos de ambos países.