Con la derrota de los cruzados en Tierra Santa, el estado musulmán más poderoso de la época, el imperio otomano, dio inicio a la gran empresa de conquistar Constantinopla y de seguir avanzando hacia el norte hasta el valle del río Danubio, con la intención de apoderarse de los Balcanes y de conquistar Viena.
Para lograr estos objetivos, el sultán otomano Murad I, debía conquistar primero el reino independiente de Serbia. A tal fin, buscó aprovecharse de las rivalidades endémicas que había en los territorios balcánicos. Había mucho en juego. Una victoria otomana sobre los serbios llevaría el Islam al corazón de Europa, mientras que una victoria de los serbios y sus aliados contra los turcos quizá inyectara un nuevo vigor al decadente Imperio Bizantino, ¿y quién sabe?, quizá un nuevo entusiasmo por la cruzada contra el Islam.