Al amanecer del día 25 de octubre de 1942, el contralmirante Kinkaid arrumbó la TF 61 hacia el noroeste, a 22 nudos, para llevar a cabo el barrido que se le había ordenado. Entretanto, hacía ya tiempo que habían despegado, desde Espíritu Santo, los aviones enviados a buscar a la flota japonesa. Como vimos anteriormente, en la citada base había dos tipos de aviones que tuvieran un radio de acción lo suficientemente grande como para cubrir la zona de operaciones. Por un lado, estaban los B-17, con un alcance de más de 3200 km, y por otro los PBY Catalina, que no solo podían alcanzar los 4000 km, sino que, además, al ser hidroaviones, podían operar desde bases avanzadas. Eso fue exactamente lo que decidieron los mandos estadounidenses, que enviaron el USS Ballard, un buque de apoyo a hidroaviones, a la isla de Vanikoro (una de las Santa Cruz), un lugar infestado de malaria, pero mucho más cerca de los japoneses, para establecer un puesto de reabastecimiento.
Aquella mañana, despegaron para patrullar el océano 10 Catalina y 6 B-17. En ambos casos, la operativa era similar. Cada avión partía en un rumbo determinado y recorría una distancia concreta, la que se le encomendara, momento en el que viraba, recorría una cuerda de arco y volvía a la base, con lo que su recorrido se asemejaba a una cuña de pizza. Es importante no olvidar que el alcance de los aviones, antes indicado, debía incluir el vuelo de vuelta, así que los Catalina podían volar, como mucho, 2000 km hacia el enemigo, y los B-17 menos.