Uno de los temas que define el siglo XIX son las aventuras coloniales protagonizadas durante el mismo: el motín de los cipayos en la India, la exploración del Oeste americano, la progresión rusa por Siberia; muy a menudo nos las encontramos, por ejemplo, en las páginas de algunos de los grandes autores de novela de la época. ¿Quién no recuerda a Miguel Strogoff tratando de llegar a Irkutsk desesperadamente? Personalmente, fue otro autor de novela, tal vez algo más lúdico aunque nunca menos interesante, quien me descubrió este escenario recóndito: Emilio Salgari, cuya Favorita del Mahdi, escrita en 1887, nos lleva directamente al exótico, y hoy tan desgraciado Sudán, a medio camino entre las entonces enigmáticas fuentes del Nilo y las todavía impresionantes pirámides egipcias.
La primera sorpresa que uno podría llevarse con el Sudán es que no era una especie de semi-desierto ignoto, sino un territorio que, bañado por el Nilo, podía sustentar una economía y un sistema de tribus de gran riqueza, y una población lo suficientemente numerosa como, para su mal, convertirse en una de las fuentes y vías fundamentales del tráfico de esclavos.