A veces, el armamento nuevo podía llegar a ser una maldición, como nos cuenta Martin McLane, suboficial del 2.º Batallón del Durham Light Infantry en Birmania, que sufrió una terrible experiencia a causa de unos subfusiles nuevos.
Como suboficial, me tocaba recibir uno de los nuevos subfusiles Thompson, pero venían sin instrucciones. El capitán vino hasta mí y me dijo “tráigame mi Thompson, quiero probarla”. Todo el mundo quería hacerlo, eran armas extraordinarias. El capitán y yo descendimos hasta la playa, luego el cogió su subfusil y disparó. “Deténgase, señor, deténgase” grité. “¿Qué sucede?”, preguntó él. “No me gusta nada ese ruido”, le contesté. Miré hacia el mar buscando la estela de la bala… “es usted demasiado prudente –afirmó- voy a disparar”. Entonces hubo una explosión, y lo atrapé justo antes de que se derrumbara. Lo examiné para ver si estaba herido, pero no vi nada. Me sentí culpable, pero lo que había pasado no era responsabilidad mía, sino que la bala de su primer disparo se había quedado atascada en el cañón. ¡Así podía esforzarme tratando de ver la estela en el agua! Y la segunda bala había hecho estallar el arma al topar con la primera.