Estamos acostumbrados a “Ultra”, el excepcional servicio de información británico que permitió descifrar parte de las comunicaciones alemanas durante la guerra y que ayudó a que las altas esferas de Londres supieran con bastante precisión donde, cuando y como estaban desplegados sus enemigos. Sin embargo, dentro del marco de la guerra, “Ultra” no siempre fue una bendición, ya que la necesidad de no desvelar el secreto de su existencia obligó a los responsables de esta fuente a retener datos en más de una ocasión. Un ejemplo palmario de esto fue la lentitud con que reaccionaron los mandos responsables de la defensa de Creta, que habían sido advertidos, y se habían preparado, para rechazar un ataque desde el mar y no desde el aire.
Pero esta no es la historia que queremos contar hoy. La historia que hoy nos interesa, aunque casi contemporánea (es uno par de meses y medio anterior), tiene que ver con cómo se veían las cosas sin “Ultra”, es decir, con los métodos tradicionales: interrogatorio de prisioneros, escuchas radiofónicas, observación aérea y el empleo de espías locales, entre otros.