Las bases del desarrollo del arte religioso ruso fueron plantadas a mitad del siglo X. Bautizada en Constantinopla, la santa princesa Olga hizo construir iglesias en Kiev, Pskov y Vitebsk. Desde entonces se difundió con fuerza por las tierras rusas la devoción a la Virgen, fue esa fuerza la que promovió la formación de un arte religioso que supiera elevar el icono a la imagen divina.
Sin embargo, una vez muerta Olga, la oposición pagana impidió una propagación de la ortodoxia. Se detuvo la construcción de iglesias, pero no se interrumpió la tradición iconográfica: los cristianos en Rusia siguieron conservando sus iconos. El mismo príncipe Vladimir (nieto de santa Olga) cuando aún era pagano, se mostró sensible al lenguaje de la pintura bizantina. Ya bautizado, el príncipe Vladimir confesó abiertamente la necesidad de adorar los iconos, ya que comprendió la importancia y el significado sacramental de la pintura sagrada.