Es difícil no pensar, cuando uno habla de submarinos alemanes, en el intrépido kaleu apoyado contra su periscopio, midiendo la distancia y el rumbo del panzudo carguero que surca el océano para dar la orden de disparar el torpedo que sembrará el Atlántico de llamas y gritos; en la inmersión precipitada ante la llegada de los destructores y en la espera, tensa y silenciosa, de los sudorosos marinos, deseando que las sordas explosiones que desplazan el agua al otro lado de su ataúd de acero se vayan alejando poco a poco para poder escapar de las cargas de profundidad, tal vez con rumbo a casa, o tal vez hacia una nueva batalla.
Sin embargo, hay mucho más en la historia de la flota submarina alemana de la segunda guerra mundial. Para empezar, las terribles consecuencias de la derrota de 1918 y el autohundimiento de la flota germana en las frías aguas de Scapa Flow, que llevó a los estrategas alemanes de postguerra a repensar su estrategia naval: ¿grandes buques? ¿Ágiles cruceros para el corso? ¿Submarinos? Fue una decisión difícil que dio lugar a agrios debates y a conclusiones que no siempre se implementaron con decisión. Por otro lado, para el Reino Unido, las operaciones submarinas alemanas de esta nueva guerra mundial fueron como el revivir de una pesadilla que creían superada. Cuando cargueros y convoyes empezaron a sumergirse bajo las aguas, fue necesario volver a actuar, primero desde el estrato político de la nación, y luego desde el punto de vista militar y tecnológico. Maravillas como el ASDIC y el FIDO iban a convertirse en bazas fundamentales de la batalla bajo el mar.