Debía de tener cierta vena testaruda, el general Cadorna, pues nada más cancelarse la ofensiva de marzo a causa del mal tiempo, empezó a planificar un nuevo ataque, siempre en el mismo sitio, el frente del Isonzo. Quien también planificaba, como vimos en la entrada anterior, era el austríaco Holtzendorff, que estaba concentrando fuerzas para atacar en el Trentino. La noticia, por supuesto, acabó por llegar a oídos del alto mando italiano, y Cadorna ordenó al teniente general Brusati, comandante en jefe del Primer Ejército, que ocupara posiciones defensivas en las alturas de los Alpes tiroleses, y se atrincherara en ellas.
Pasó el mes de abril, y preocupado finalmente por el aumento de información sobre la inminente ofensiva austríaca, el generalísimo italiano decidió hacer una pausa en sus preparativos para trasladarse al Tirol, cosa que hizo a primeros de mayo. Allí descubrió que Brusati no había hecho absolutamente nada de lo que le había ordenado, al contrario, había estado planificando un ataque propio, por lo que lo relevó inmediatamente del mando y ordenó a su sucesor que iniciara de inmediato el proceso de atrincheramiento. Pero era demasiado tarde.