Cuando en 1906 los británicos decidieron poner en servicio el HMS Dreadnought es posible que fueran conscientes del hecho, fundamental en la historia contemporánea, de que con la aparición de este buque de guerra todas las flotas del mundo quedaban definitivamente igualadas, a cero, pues la aparición de este acorazado monocalibre, es decir, cuyas piezas principales eran todas iguales (10 de 305 mm, en cinco torre de dos tubos, en este caso), convirtió automáticamente en obsoletos a todos los demás acorazados del mundo. A partir de ese momento, el potencial naval de una flota iba a medirse en “dreadnoughts”.
Así, no es extraño que una potencia recién unificada como Alemania, que había llegado tarde a la carrera colonial y que era muy consciente de que la única forma eficaz, en aquella época, de proyectar su poder en el globo, era una flota poderosa, empezara a dedicar sus esfuerzos a construirla. Tampoco llama la atención que los británicos se preocuparan ante el crecimiento exponencial del poder marítimo de un país que, industrialmente, estaba empezando a superarlos. ¿Peligraban sus colonias?