A pesar de que durante la Segunda Guerra Mundial la aviación embarcada iba a adquirir un protagonismo fundamental, provocando en las flotas del mundo entero una revolución aún más profunda que la que supuso la aparición del acorazado monocalibre, ya que convirtió en obsoletos a los grandes buques artillados, en el periodo de entreguerras no estaba demasiado claro que las cosas fueran a suceder como efectivamente lo hicieron.
El HMS Argus en 1918
El primero que propuso la construcción de un portaviones desde el que pudieran operar aviones con ruedas (y no hidroaviones) fue el teniente británico Hugh Williamson. Como suele suceder con este tipo de ideas, por supuesto, la marina la rechazó. Estamos en el año 1912, posteriormente, el oficial escribiría: “Antes de la Primera Guerra Mundial, la Marina llevaba mucho, mucho tiempo, sin haber entrado en guerra, y una larga paz hace que se desarrollen, en los oficiales superiores, el conservadurismo y la hostilidad al cambio. Así, ideas revolucionarias que fueron aceptadas de buen grado cuando llegó la guerra, eran impensables en la pacífica atmósfera de 1912.”