El 1 de noviembre de 1938, Raeder se reunió con Hitler para exponerle tanto el plan de construcciones que quería acometer para la creación de la futura Kriegsmarine como las ideas presentadas por el almirante Heye sobre la futura estrategia naval alemana. Ya hemos hablado anteriormente de estas cosas, pero es interesante recordarlas aquí. El plan de construcciones preveía una flota de 10 acorazados, 15 acorazados de bolsillo, 5 cruceros pesados, 24 ligeros y 36 de menor tamaño, 8 portaaviones y 249 submarinos; y la estrategia de Heye quería una marina de guerra capaz de atacar las comunicaciones británicas, para lo cual necesitaba bases y un largo radio de acción. Que los acorazados no encajaran en esta idea es algo en lo que se pensó, pero nadie quiso proponer que se prescindiera de estos poderosos e impresionantes leviatanes.
Sin embargo, el problema fundamental no era planificar esta flota, sino ejecutar dicha planificación, y no solo por una cuestión de plazo. Raeder ya había tenido ocasión de quejarse de las constantes demoras de la industria de armamento, pero esta, de modo general, tenía que superar problemas casi insolubles como eran la escasez de materias primas y la delirante distribución de las mismas. El solapamiento de las competencias y la constante preocupación de los altos cargos nazis por “trabajar en la dirección del führer”, tan típicos del régimen, provocaron situaciones tan absurdas como que, a pesar de que se había declarado que la Marina tenía prioridad, y para ello se le habían adjudicado más recursos –humanos e industriales– de los que necesitaba, en realidad estos a veces no llegaban.