BELGRADO, nos halamos en el despacho del Barón Giesl, el embajador austríaco, quien se halla reunido nada menos que con el también Barón Nikolai Hartwig, embajador ruso y principal defensor del paneslavismo serbio con el apoyo de San Petersburgo. Podría incluso decirse que parte de la agitación serbia es culpa suya, o gracias a él. Ambos hombres se han reunido en hora tan tardía para solventar algunos equívocos, como la fiesta celebrada por Hartwig la misma noche del asesinato, o el hecho de que la legación rusa fuera la única que no tenía la bandera a media asta el día del funeral. Hartwig se disculpa, Giesl acepta.
Justo en este momento Hartwig se pone a hablar en defensa de Serbia, pero apenas ha pronunciado unas palabras cuando parece perder el conocimiento y cae deslizándose lentamente de la silla en la que estaba sentado.