Aunque la infantería ligera británica ahonda sus raíces en el siglo XVIII agrupada en compañías y regimientos, fue Wellington el que supo sacarle el mejor partido.
Durante generaciones las batallas se habían luchado entre ejércitos formados en línea. Pero a principios del siglo XIX, las tácticas de choque napoleónicas con infantería masiva le habían procurado al emperador grandes victorias en toda Europa. Ni siquiera la infantería prusiana pudo mantener su línea contra los ataques de buldózer de las columnas francesas, en las que se lanzaba un batallón de detrás de otro por el mismo punto con independencia de las bajas.
La batalla de Tolentino fue la última batalla campal de la campaña. Bianchi se había hecho fuerte en el Monte Milone. Cuando la avanzadilla de Murat llegó el 2 de mayo, lanzó a sus tropas en un ataque muy exitoso. Los napolitanos aseguraron la posición, pero un alto coste de bajas, entre ellos varios generales. La situación seguía siendo crítica, pero la suerte aún podía cambiar. Si Murat lograba hacer que Bianchi se retirara y volvía a Ancona para caer sobre el I Cuerpo podía convertir el desastre en una victoria. Murat planeó la batalla para el 3 de mayo. Mientras tanto, hizo descansar a sus tropas y ordenó a los forrajeadores que buscaran comida. Al alba el ejército estaba disperso.
A media mañana la Guardia Real avanzó impetuosamente, sin órdenes, contra las tropas de Bianchi. Sin poder hacer nada para replegarlos, Murat lanzó todo lo que tenía en el ataque. Liderando personalmente la lucha en las primeras filas, Murat lideró varios asaltos, pero los austriacos mantuvieron sus posiciones.
La situación empieza a girarse contra Murat. El 8 de abril 50.000 austriacos caen sobre los 2.000 napolitanos que defienden Carpi. Gracias a unas excelentes posiciones defensivas, las tropas italianas de Murat resisten todo el día, aunque a la mañana siguiente deberán retirarse. El día 10, ante la superioridad numérica austriaca, Murat decide batirse en retirada.
La retirada es ordenada y, pese a que los austriacos les siguen de cerca, no parece que quieran evitarla. El 15 de abril, al norte de Bolonia, los napolitanos deciden presentar batalla. A la orilla del Reno, un pequeño rio, colocan unos 15.000 soldados con 35 cañones. En el cercano pueblo de Spilimberto habían unos 2.200 napolitanos con solo 28 piezas de artillería. Los austriacos atacaron con 20.000 soldados pero solo 28 cañones. Atacaron en varias oleadas, siendo siempre rechazados por las tropas napolitanas. Al final los austriacos abandonan la ofensiva al sufrir 1.500 bajas contra 500 de sus enemigos. Pero la ofensiva no fue infructuosa, pues los ataques a Spilimberto hicieron huir a los defensores, dejando un flanco napolitano descubierto. Eso hizo que Murat se retirara otra vez hasta encontrar terreno favorable en Forlimpopoli el 20 de abril, donde decide presentar batalla.
El 17 de mayo de 2011 se celebró el 150 aniversario de la proclamación del Reino de Italia. Así se conmemoraba la unidad de un pueblo que durante siglos vivió dividido y bajo el dominio de diferentes naciones extranjeras. Pero eso no quiere decir que este hito se lograra a la primera, y de uno de esos intentos hablaremos durante estos días al haberse celebrado recientemente su bicentenario.
Y para eso viajaremos en el tiempo hasta marzo de 1815. Y más concretamente a Nápoles, la capital de un reino donde está establecido un pariente de Napoleón Bonaparte. El pariente de quien hablamos es Joachim Murat, su cuñado al casarse con Carolina Bonaparte. El jefe de la caballería napoleónica recibe este trono cuando queda vacante, al irse José Bonaparte para ser nombrado rey de España.
Cuando comenzó la penosa retirada de la Grande Armée de Moscú, los Cosacos del Don aguardaban en los caminos para hostigar despiadadamente a las interminables columnas de soldados franceses, sin que importara el barro, el hielo, la nieve o las temperaturas gelidas.
En la campaña rusa de 1812, Napoleón sufrió probablemente su mayor revés. La larga marcha hacia Moscú no solo se encontró con una encarnizada resistencia, sino que a pesar de los elaborados preparativos, los problemas de aprovisionamiento se fueron agudizando paulatinamente. Los convoyes de suminsitros trataban de avanzar por los caminos convertidos en lodazales bajo el ataque constante, y llegaban a sus destinos semanas e incluso meses más tarde de las fechas programadas, si es que alguna vez llegaban.
A veces en la guerra las cosas pueden arreglarse con palabras sin necesidad de derramar sangre. Y eso queda claro en las memorias del general Barón de Marbot.
Abandonaremos por un momento la cálida España o la fría estepa rusa y nos desplazaremos a Dresden, hace 200 años y previamente a la que se conocerá como «La Batalla de las Naciones» en Leipzig.
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