La batalla de Kinburn, librada durante la Guerra de Crimea no tuvo importancia estratégica alguna ni influyó en el resultado del conflicto, pero gracias al enorme éxito obtenido por las naves acorazadas francesas, tuvo una gran influencia en que las marinas del mundo comenzasen la transición de los buques de madera a los navíos de planchas de metal.
En la batalla de Sinope, librada el 30 de noviembre de 1853, un escuadrón ruso destruyó una flota otomana fondeada empleando mayoritariamente proyectiles explosivos, en contraposición con las balas sólidas de cañón que se venían empleando hasta entonces. Este hecho volvió a suscitar un interés en las planchas de hierro como coraza para los navíos de madera. Después de que Francia y Gran Bretaña entrasen en la guerra, el gobierno francés propuso un sistema de protección acorazada para las unidades navales y el jefe de la ingeniería naval británica demostró que cuatro pulgadas (10 cm) de hiero podrían proteger contra una artillería potente.