Empecemos esta segunda entrega con un equívoco, porque la idea que enunciábamos al final de la entrada anterior de que dos portaaviones valen el cuádruple que uno la había emitido uno de los oficiales más singulares de la flota estadounidense, el vicealmirante William F. Halsey, un luchador, un león según Jeffrey R. Cox, y la idea era dar ánimos a sus subordinados, dado que ahora los norteamericanos tenían dos portaaviones en la zona de las islas Santa Cruz. Es curioso que en ningún momento cayera en la cuenta de que los japoneses tenían cuatro (y podrían haber sido cinco de no ser por el incendio a bordo del Hiyo). ¿Cuánto valían cuatro portaaviones?
Sin embargo, confiado, Halsey envió unas órdenes sumamente atrevidas al contralmirante Kinkaid, al mando de la fuerza aeronaval estadounidense en la región (luego nos referiremos a la estructura de las fuerzas estadounidenses en la región). Estas rezaban: “Haga un barrido rodeando por el norte de las islas Santa Cruz, y luego hacia el suroeste por el este de San Cristóbal hasta un punto en el mar del Coral, colocándose en posición para interceptar las fuerzas enemigas que se aproximan [a Guadalcanal o Tulagi]”. A este texto le faltaba un trozo, el que ordenaba a Kinkaid que no se aventurara si llegaba una flota japonesa desde el norte, justo lo que estaba sucediendo, pero estas instrucciones se habían perdido en el éter, y Kinkaid, con la intención de tender una emboscada a cualquier fuerza nipona que tratara de acercarse a Guadalcanal, navegaba ahora hacia su destino.