El capitán Abner Doubleday era uno de esos oficiales con suerte. Nacido en una familia de muy escasos recursos, había conseguido prepararse para ir a la escuela superior, y luego a la Academia Militar de los Estados Unidos en West Point. Aun así, su futuro no parecía demasiado prometedor. Había servido en diversas guarniciones costeras antes de ir a la guerra contra México primero y contra los Semínolas después, y luego, otra vez a la aburrida vida de guarnición. Hasta que el destino lo puso en el fuerte Moultrie, como segundo al mando del comandante Anderson.
Clavando los cañones. La técnica consistía en encajar un clavo en el oído para inutilizar la pieza. El resultado era solo temporal, pero muy a menudo era lo único que se podía hacer.
Aquella tarde del 26 de diciembre, Anderson acababa, precisamente de convocarlo.
- Capitán –dijo el comandante– dentro de veinte minutos abandonará usted este fuerte, con su compañía, e irá a fuerte Sumter.
Según sus propias memorias, Doubleday, quien, por cierto, acabaría comandando todo un cuerpo de ejército en Gettysburg “pensé en las hostilidades, inmediatas, que este movimiento iba a provocar”.