VIENA – PALACIO DE SCHÖNBRUNN. Son las 13:00 y el Conde Leopold von Berchtold se halla ante su emperador, tío del asesinado. Este le toma de la mano y le pide que se siente, sus ojos se humedecen mientras hablan de los acontecimientos recientes. Berchtold, que ha sido duramente presionado por los halcones más belicistas durante los dos últimos días (esta misma mañana el Ministro de la Guerra le ha comunicado que el ejército está listo y el Jefe del Estado Mayor que la movilización podría efectuarse en 16 días), declara ante su emperador que la paciencia ha dejado de ser plausible.
“Los vecinos hacia el sur y el este van a confiar aún más en nuestra impotencia y seguirán adelante en su tarea de destrucción con más determinación aún”.
El emperador está de acuerdo. Acepta la necesidad de actuar, pero antes se debe llegar a un consenso con el Conde Tisza, quien casualmente se halla en Viena.
VIENA, más tarde. El Conde István Tisza, Primer Ministro húngaro, se reúne con Berchtold. Tisza es un hombre ambicioso que atiende fundamentalmente a los intereses de su país y no está a favor de la guerra. Para él el peligro fundamental es Rumanía, aliada de Rusia, pro-Serbia y que tiene grandes deseos de recuperar Transilvania. “Ha de dar al gobierno serbio la ocasión de demostrar su buena voluntad”, afirma el conde. O en caso contrario es necesario o bien atraer a Rumanía hacia la Triple Alianza o bien neutralizarla estrechando los lazos con Bulgaria. Empiezan a perfilarse los futuros beligerantes.
Además, también hay que decir que, bajo aquella doble corona, al húngaro Tisza tampoco le apetece asistir a un gran triunfo austríaco.
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