Terminaba el mes de abril de 1941, en el que Rommel había desencadenado un violento ataque contra las posiciones británicas en Cirenaica que lo había llevado a sitiar Tobruk y posicionar sus tropas en la frontera líbico-egipcia, duplicando la extensión de sus líneas de suministro, desgastando la capacidad combativa de sus unidades y poniendo en jaque la posición del eje en el norte de África. Tal vez consciente de ello, los informes que enviaba a Berlín no eran claros, excepto en su reiterada solicitud de refuerzos. Realmente, en ese momento, la suerte de Rommel fue que los británicos, cuyas tropas, enviadas a Grecia, estaban siendo derrotadas, tampoco tenían la fuerza suficiente como para atacarlo.
Como hemos explicado en las anteriores entradas de esta serie, las peticiones de refuerzos inicialmente enviadas por Rommel fueron rechazadas, pero finalmente, en parte por intercesión de Hitler y en parte porque el general Halder, jefe del Estado Mayor General, consideraba que, en la situación en la que estaban, el eje no podía permitirse una retirada en el norte de África, se acordó enviar al otro lado del Mediterráneo cinco batallones de tropas, uno de ingenieros de asalto y dos batallones de artillería costera. Además, se ordenó acelerar el transporte por ferrocarril de las fuerzas de la 15.ª División panzer que seguían en tránsito hacia sus puertos de embarque en el sur de Italia.