Aquel 18 de agosto de 1862, Fort Ridgely no tenía nada que ver con la idea que más comúnmente tenemos de un fuerte de la frontera. Por un lado, ni siquiera era un “fuerte”, sino un mero conjunto de edificios sin empalizada alguna que los protegiera; y por otro, su “guarnición” ascendía a tan solo dos oficiales y setenta y seis suboficiales y tropa de la Compañía B del 5.º de Infantería de Minnesota. De los dos oficiales, uno, el capitán John S. Marsh, tenía experiencia de combate pues había luchado en la primera batalla del Bull Run, pero aquello no tenía nada que ver con una guerra india en la que las tácticas más comunes serían las escaramuzas y las emboscadas; y el segundo, el teniente Thomas P. Gere, era un joven de diecinueve años sin experiencia alguna.
Por suerte, los defensores de Fort Ridgely tenía una baza a mano, un destacamento de cincuenta hombres de la Compañía C de su mismo regimiento que, bajo el mando del teniente Timothy J. Sheean, había partido el día anterior con destino a Fort Ripley, y lo primero que hizo Marsh, muy acertadamente, fue enviarle un correo para que volviera a toda prisa. Sin embargo, a continuación decidió jugar con los tiempos. Con la seguridad de que la columna que había partido el día antes llegaría a tiempo para enfrentarse a cualquier amenaza, Marsh decidió dirigirse hacia la zona de conflicto con cuarenta y seis hombres, dejando el fuerte en manos del joven Gere con los efectivos restantes. Se abría así una ventana de tiempo en la que Fort Ridgely quedaba prácticamente desguarnecido.