El 6 de agosto de 1916, los italianos consiguieron por fin, a la sexta intentona, romper el frente austro-húngaro en el Isonzo, y llegar hasta el río. Para el general Boroevic, al mando del Quinto Ejército defensor, la situación tenía mal aspecto, ya que la ofensiva de Von Holtzendorff en el Tirol y las ofensivas rusas en Galizia habían provocado que se le retiraran muchas tropas, y no tenía con qué hacer frente a los embates italianos.
En lo que a la infantería se refiere, además de que buena parte de su 58.ª División había quedado atrapada al oeste del río, apenas tenía reservas, con lo que no podía llevar a cabo los violentos contraataques que tan bien le habían servido en el pasado para repeler a los italianos aprovechando el agotamiento de sus tropas una vez alcanzado el objetivo; con respecto a la artillería, le faltaba munición, pues muchos de sus depósitos habían sido destruidos por el bombardeo aliado, y además, el acertado fuego de contrabatería de Cadorna había acabado con buena parte de sus piezas. A todo esto, hay que añadir que Von Holtzendorff le había dado órdenes expresas de no retroceder, bajo ningún concepto. Iba a ser defraudado.