Son las 05:00 de la mañana y su tren acaba de llegar a BELGRADO. Apenas espera antes de ir a visitar a Strandmann, el encargado de negocios ruso (tras la muerte de Hartwig), al que informa de que Serbia no piensa aceptar ni rechazar la nota austríaca, sino que va a tratar de obtener un aplazamiento. Mientras tanto, hará un llamamiento a las potencias (fundamentalmente Rusia) para que protejan a su país. “Si la guerra es inevitable –dice finalmente- lucharemos”.
SAN PETERSBURGO. La visita está llegando a su fin y más allá de Rusia aún no parece haber sucedido nada nuevo. Raymond Poincaré y el Zar Nicolás II se hallan uno junto a otro asistiendo a un imponente desfile militar. 70.000 hombres que marchan al son de (que sorpresa) “Sambre et Meuse” y la “Marche Lorraine”.
Lo más llamativo es que los soldados no llevan puesto el uniforme de gala, sino el color caqui de los entrenamientos.
BELGRADO. Ya hemos ido indicando como han averiguado los rusos la existencia del futuro ultimátum, y seguramente son ellos quienes se lo han comunicado a los serbios. A raíz de esta información, Pasic ha enviado una nota a todas sus legaciones en el extranjero en la que, entre otras cosas, afirma:
En titulares, indican que los austríacos tienen perfecto derecho a insistir para que se lleve a cabo una investigación vigorosa de la conjura y de sus ramificaciones. El Reino Unido parece no querer secundar las verdades de la entente con respecto a Serbia.
Por la tarde son convocados el General Conrad, Jefe de Estado Mayor de Ejército, y el Almirante Karl Kailer, representante de la marina.
Conrad explica que es posible iniciar la movilización aplicando el plan B (solo en los Balcanes), pero que una eventual intervención de Rusia lo trastocaría todo y obligaría a redirigir el grueso de las tropas en proceso de movilización hacia el noreste. También comunica que existe un problema con los permisos de verano (que se otorgaban a los hijos de familias campesinas reclutados para el ejército, a fin de que fueran a ayudar en la cosecha), porque muchos han partido ya y no estarán de vuelta hasta el día 25. No obstante, indica, el ejército está listo.
El embajador Szögyényi se reúne con el enviado Alexander Hoyos, quien le explica cuál es su misión y le hace entrega tanto del Informe Matscheko como de la carta personal del Emperador Francisco José.
Explicado el primero en la entrada de ayer, vamos a centrarnos ahora un poco en el segundo. Se trata, ante todo, de una carta personal, de monarca a monarca, y aunque este texto es un poco más directo, también resulta llamativa por su falta de concreción. Tras indicar que el asesinato no ha sido obra de un solo individuo sino parte de una conspiración bien organizada, y que Austria-Hungría solo estará a salvo tras la neutralización de Serbia como potencia, termina diciendo, es importante recordarlo, que: “Usted también estará convencido de que tras los terribles acontecimientos recientemente ocurridos en Bosnia ya no puede hablarse más de tender puentes mediante la conciliación para acercar las diferencias que nos separan de Serbia, y de que la política de mantenimiento de la paz seguida por todos los monarcas europeos estará en jaque mientras este nido de agitación criminal que es Belgrado siga sin recibir su castigo”. Tampoco aquí se habla pues de guerra.
De hecho, ninguno de los dos documentos cita medidas concretas, ni objetivos, ni solicita oficialmente la ayuda alemana, lo que nos lleva a plantearnos una pregunta muy concreta: ¿Querían realmente la guerra los austríacos?
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