El destino del edificio empezaba ya a dibujarse, a lo lejos.
Fue el 9 de febrero, encontrándose Mark Clark el del 5º Ejército en una reunión con su Estado Mayor, cuando se enteró (es posible que lo sospechara desde antes) de la intención de Freyberg de solicitar el bombardeo del monasterio. Su respuesta, según sus propias memorias, fue de lo más mordaz: “No más que los oficiales de mi Estado Mayor, no mas que los generales que habían comandado delante de Cassino antes que Freyberg, tenía yo la impresión de que fuera necesario”. ** escribió.
Si analizamos este comentario veremos que la situación había evolucionado. Sentada la base de la teoría de la “necesidad militar” por Eisenhower y Alexander, superiores de Clark, este no hablaba ya de protección de bienes culturales, pero si de que no había necesidad de destruir el monasterio. Hay que decir que en aquel momento se encontró en una posición muy difícil; pues un general tan preocupado por lo mediático como él no podía permitirse dar una orden que le hiciera pasar a la posteridad como el hombre que había mandado destruir el monasterio de Monte Cassino.