A mediados de abril de 1941, tras haber conquistado, “gloriosamente”, la Cirenaica excepto Tobruk y haberse plantado en la frontera Egipcia, Rommel, con sus líneas de suministro estiradas al límite y con sus tropas dispersas por todo el este de Libia, se vio metido en un aprieto. Así, mientras la propaganda del régimen nazi empezaba a crear el mito del invencible Rommel y su Deutsches Afrika Korps, el general, sobre el terreno, empezó a temer la posibilidad de un ataque británico en su flanco sur, desde la profundidad del desierto, y solicitó que se le enviaran tropas de refuerzo.
Esta situación no solo se oponía a la letanía de victorias que cantaba el ministerio de Goebbels, sino que también contradecía rotundamente los motivos alegados en su momento por Rommel para desencadenar una ofensiva que iba mucho más allá de los ataques limitados que se le había autorizado a llevar a cabo, saltándose “a la torera” la misión fundamental de las tropas germano-italianas en Libia: defender Tripolitania.